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La agricultora peruana Olinda Ataucusi.
La agricultora peruana Olinda Ataucusi. I. M.

El País / 03 de agosto de 2017.- Encontré a Olinda Ataucusi entre los cacaotales de San Antonio de Sonomoro. Vestía la kushma naranja que distingue a las mujeres notmachiguenga y mostraba la determinación de quien ha peleado con el mundo para poder llegar al punto en que poder tomar sus propias decisiones. Vive dedicada al cultivo de cacao y a concretar el sueño de un pequeño hotel rural. San Antonio de Sonomoro pertenece al distrito de Pangoa, en la puerta del VRAEM (valle de los ríos Apurimac, Ene y Mantauro), el gran vivero de la droga peruana y reducto de los residuos de Sendero Luminoso reconvertidos al narcotráfico y el sicariato.

El cacao abrió la puerta de la vida en esta y muchas otras comunidades cuando se convirtió en el principal argumento para hacer retroceder la hoja de coca, recuperando la independencia y la dignidad para los habitantes de la selva. El rescate de los cacaos criollos que siempre estuvieron ahí, protegidos por el muro de la selva, y la llegada de las variedades híbridas traídas por los programas de desarrollo asociados a la erradicación de la coca les han cambiado la cara y la vida.
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En San Antonio de Sonomoro funciona un pequeño centro de acopio en el que fermentan y secan el grano con el respaldo técnico de una pequeña industria chocolatera limeña, que les compra el cacao que producen, mientras un grupo de mujeres animadas por Olinda recorren el camino que las acerca a la producción de su propio chocolate. Quieren que el valor añadido que siempre proporciona el producto final se quede en el pueblo. Es una historia repetida por cientos de punta a punta de la selva peruana, lo mismo que sucede en Colombia.

También al norte del país, en Piura y Tumbes, donde el cacao llegó hace apenas un siglo en forma de cacao blanco, una de las variedades más demandadas por los chocolateros europeos y estadounidenses. Perú no es todavía un gran productor de cacao y, menos aún, de chocolate, pero está en el camino de serlo. Hay algunos otros cacaos que llaman la atención del mundo chocolatero, como el Fortunato Nº 4, según dicen el último heredero directo del cacao nacional ecuatoriano, o el chuncho, una variedad más chica y más delicada que vive, en cambio, días de franco retroceso.

En Ecuador manejan sobre todo el Río Abajo aunque crece una variedad amazónica llamada sacha gold que empieza a llamar la atención. Mientras, en Venezuela se entronizan los más prestigiosos: porcelana, choroní, guasare… Latinoamérica vive la descubierta del cacao y de su consecuencia más gloriosa, que viene a ser el chocolate. El cacao es la voz. Desde su lugar de origen, en la cuenca amazónica, hasta el sur de México, República Dominicana, Guatemala, Panamá o el resto de Centroamérica. Todos vuelven la vista hacia un fruto que estuvo ahí miles de años antes de la llegada del café y pocos tuvieron en cuenta. No deja de ser una obviedad, aunque el asunto acabe siendo llamativo.

La descubierta del cacao abre el camino que nos acerca al chocolate, que al final resulta ser la gran deuda de la región. El crecimiento del mercado de chocolate alcanza proporciones de vértigo. El fervor que demuestran los nuevos mercados asiáticos y el crecimiento social de América Latina trazan nuevas reglas del juego y definen una demanda que no para de crecer. Se estima que el sector mueve en el mundo cifras cercanas a 100.000 millones de dólares anuales y que la demanda crece alrededor de un 2,5% por año.

Algunos especialistas estiman que en 2020 el déficit productivo estará en torno a las 150.000 toneladas. Otros aventuran que en 2030 la cifra subirá hasta los dos millones. No es poco, aunque la del volumen es una batalla que se libra en África y Asia, lejos de la región amazónica, donde el cacao se hace fuerte en la calidad. El cacao ecuatoriano apenas cubre el 4% de la producción mundial —una tontería comparada con el 38% de Costa de Marfil—, pero la naturaleza de sus frutos sitúan al país como el mayor productor mundial de cacao de calidad. Con la crisis que arrastra el sector en Venezuela, quedó sin competencia en la región. Perú, Colombia y Bolivia avanzan rápidamente pero todavía muy por detrás.